Hijos del átomo. Las catástrofes atómicas vistas por el cine
Extracto 1
El cine tampoco tardó en aprovechar tan suculento filón temático, de ahí que, de forma muy temprana, el cineasta Arch Oboler lo explorara en Five (1951), inspirándose, en parte, en la obra poética de carácter místico del escritor afroamericano James Weldon Johnson. Y es que, como tantas otras historias apocalípticas, el filme puede leerse como una gran parábola religiosa, no sólo del Apocalipsis bíblico –cfr. las imágenes iniciales, con monumentos ilustres como la Torre Eiffel, el Puente de Londres o el Taj Mahal envueltos en humo radioactivo–, sino también de la regeneración de nuestra especie a través de unos nuevos Adán y Eva que, en este caso, acaban siendo los personajes de William Phipps y Susan Douglas Rubes. Lo más interesante, sin embargo, es cómo Oboler aprovecha las limitaciones presupuestarias del proyecto –no hay más que ver la escasez de exteriores urbanos, limitados a unos pocos decorados que la cámara recoge con cuidado, intentando no revelar el truco– para concentrar la acción en sus cinco protagonistas, elaborando prácticamente una pieza de cámara en la que saca partido a su experiencia tanto en el teatro como en la radio para, a través de los diálogos, acentuar los conflictos dramáticos entre sus héroes.
De forma consciente o no, el director marca así las líneas maestras a nivel argumental y narrativo que caracterizarán a otras exploraciones de las consecuencias inmediatadas de las catástrofes nucleares –si bien, a medida que se fueron sabiendo más detalles sobre los efectos de la radioactividad sobre las personas y el medio ambiente, éstas fueron ganando en realismo y verosimilitud–, focalizando el interés de las historias en los seres humanos que las protagonizan. Un punto de vista que adoptaron muchas de las ficciones que se acercaron a la temática entre la segunda mitad de los anos cincuenta y los inicios de los sesenta.
Extracto 2
Una vez alcanzados los anos sesenta, y quizá como consecuencia del recrudecimiento del enfrentamiento nuclear durante la Guerra Fría, surge una nueva inquietud de los cineastas por no limitarse a explorar las consecuencias del holocausto nuclear, sino también sus orígenes, el camino que ha llevado a ese panorama apocalíptico. Y, sin duda, una de las producciones que mejor han ahondado a ese nivel es la británica El día en que la Tierra se incendió (The Day the Earth Caught Fire, 1961), en la que Val Guest aplicó su experiencia previa dirigiendo para la Hammer El experimento del Dr. Quatermass (The Quatermass Xperiment, 1955) y Quatermass 2 (Quatermass II, 1957) para edificar una narración que aborda la ciencia ficción desde un planteamiento eminentemente realista, en el que poco a poco, de forma muy sutil, van entretejiéndose pequeños detalles fantásticos que rompen la cotidianidad de sus personajes. Guest y su coguionista, Wolf Mankowitz, optaron por eludir las catástrofes nucleares al uso y prefirieron emplear una idea ingeniosa por lo que tiene de angustiante: el cambio de órbita de la Tierra por culpa de los ensayos atómicos de las grandes potencias mundiales, acercando el planeta peligrosamente al Sol –una idea, curiosamente compartida en el tiempo con el episodio “Sol de medianoche” de la serie En los límites de la realidad (The Twilight Zone, 1959-1964), emitido por primera vez en noviembre de 1961–.
Extracto 3
Si hay una película seminal dentro de la temática de los accidentes en centrales nucleares, ésa es, sin duda, El síndrome de China (The China Syndrome, 1979): la (terrible) coincidencia de su estreno con un escape en la central de Three Mile Island, en Harrisburg (Pensilvania), es un recordatorio de lo adecuado de su mensaje crítico, evidentemente mucho más directo y más claro que el de Holocausto 2000. Y es que, como la anterior producción de Michael Douglas, Alguien voló sobre el nido del cuco (One Flew Over the Cuckoo’s Nest. Milos Forman, 1975), se trata de una película de tesis que no esconde su intención de lanzar un mensaje sociopolíticamente comprometido. Por suerte, lo que James Bridges privilegia no es su carácter de producto progresista, sino su estructura de thriller conspiranoico inspirada en los trabajos en el subgénero de Alan J. Pakula y Sydney Pollack, lo que consigue mantener el interés de la trama muy alto: de ahí que el protagonismo no recaiga en la periodista que interpreta Jane Fonda, sino en el personaje más interesante, el que aborda Jack Lemmon, que al fin y al cabo es el que realiza el proceso de investigación –y de forma paralela, de concienciación– que mantiene la trama en movimiento.